Los ecuatorianos vivimos felices y tranquilos rodeados de volcanes.
En Ecuador, los volcanes son gigantes que nunca duermen. Se levantan del suelo como guardianes, uno tras otro, a lo largo de los Andes. La llaman la Ruta de los Volcanes, y recorrerla es mirar a los ojos de la tierra viva.
La ruta comienza al norte, cerca de Quito, y se extiende hacia el sur. Son volcanes con nombres que resuenan: Cotopaxi, Chimborazo, Tungurahua. Algunos están tranquilos, otros rugen. Pero todos imponen respeto. Cuando los ves, sientes algo. Algo que no puedes ignorar.
El Cotopaxi es elegante, con su cono perfecto y su cima nevada. Es un volcán que parece salido de un sueño. Pero también es peligroso. Ha despertado muchas veces, y cada vez deja su marca.
El Chimborazo es el techo del mundo, más cerca del sol que cualquier otra montaña. No importa si has estado en otros lugares altos. Cuando lo ves, entiendes que estás frente a algo distinto. Algo eterno.
La gente y la tierra
Los volcanes no están solos. A su alrededor viven comunidades que los conocen, los respetan, y también los temen. En las laderas crecen cultivos. Las cenizas hacen la tierra fértil. Pero a veces, el volcán despierta y recuerda que él manda.
En Baños, al pie del Tungurahua, la gente vive con esa idea. El volcán puede rugir, puede escupir fuego. Pero la vida sigue. La ciudad está llena de visitantes que llegan por las aguas termales, las cascadas, y también por el riesgo. Porque hay algo en los volcanes que atrae. Algo que hace que quieras estar cerca, aunque sepas que no deberías.
Caminos de aventura
Recorrer la Ruta de los Volcanes no es solo mirar. Es caminar, escalar, sentir el viento helado en la cara. Es montar a caballo por valles verdes, acampar bajo un cielo lleno de estrellas. Es estar vivo en un lugar donde la tierra también está viva.
Conclusión
La Ruta de los Volcanes no es solo un lugar en un mapa. Es un viaje por el corazón de Ecuador, por su historia, su gente y su naturaleza. Es un recordatorio de que vivimos en un mundo donde la tierra respira. Donde los volcanes son mucho más que montañas. Son testigos del tiempo. Y también, de nosotros.
0 Comments